Para amarte no es preciso gasas ni satén.
Mis labios no son negros y no digo
que deseo la muerte ni que odio la vida.
No suspiro lánguida entre rosas secas,
siempre muertas.
No soy como quienes te invocan
¿Por qué entonces me llamas hoy
con esa fuerza?
En tu silencio grita el canto
de las Sirenas y no tengo mástil al que atarme
pero, caprichosa como siempre, pasas sobre mí,
un suspiro, y continúas tu camino
sola.